martes, 3 de diciembre de 2013

Yo a tu edad ya había leído dos veces Los Miserables (y sin saltarme la batalla de Waterloo)

Recuerdo muchas conversaciones con mi padre sobre literatura. Yo le insistía y le recomendaba autores más o menos recientes, y trataba de “vendérselos” bajo la premisa de que su forma de escribir era muy “original”. Él, con paciencia de padre, leía mis recomendaciones y luego me decía: “Está muy bien, pero... esto ya lo hacía tal o cual autor.” Entonces yo iba a su biblioteca y le “robaba” tal o cual libro de tal o cual autor y, efectivamente, me daba cuenta de que lo que yo creía “original” no era más que un mero volver a lo que ya se había escrito, muchas veces siglos atrás. Pero yo, como buen hijo, jamás lo reconocía en su presencia. Y pasaron los años y las lecturas. Su forma de recomendarme libros era siempre igual, con sutileza, con fina ironía (“¿todavía no has leído a Milton?” “yo a tu edad ya había leído dos veces Los Miserables, y sin saltarme la batalla de Waterloo”). Poco a poco, pero sin querer darle la razón, fui leyendo todos los libros de su biblioteca y los fuimos comentando en largas charlas. Yo veía eso como algo normal de mi vida: hablar de libros, de películas o de pintura con mi padre. Para mí no era algo especial, era lo que yo creía que todos los padres hacían con sus hijos. No era algo por lo que darle las gracias. Como siempre me ha pasado me equivoqué. Así que...gracias.