Hace unos días un texto de Beckett correspondiente a Molloy
(obra que, digo ya, no he leído) sirvió para una pequeña reflexión en facebook.
Para que luego digan que las redes sociales son poco “atractivas”. Amparo, una
compañera de aventuras literarias, lanzó la piedra y dio en el blanco. Las
preguntas y reflexiones en torno a ese texto se hicieron extensivas a esa
denominada “ALTA LITERATURA”. Curioso que el mismo día ( o un día antes o un
día después) Lu, también compañera (y sufridora) de mis desmanes con el
diccionario, colgase en la misma red social un extracto del No-Discurso de
Nicanor Parra en la entrega del Premio Cervantes. Paul Auster diría que esto es
cosa del azar, pero yo no soy Paul Auster y esto es un simple blog casero. Lo
cierto es que entonces recordé que Malén (jeje, también compañera como Amparo y
Lu) una vez apuntó que, leyendo Yo confieso de Jaume Cabré tuvo la
sensación de que la forma de escribir es susceptible de múltiples
interpretaciones. En fin, algo hay en el ambiente. La verdad es que creo que se
trata de un tema muy interesante, aunque tampoco tengo muy claro de qué tema
intento hablar.
Algunos
puntos para la reflexión y el debate...
1.- Para
ciertas lecturas hay que prepararse. Si yo estoy acostumbrado a correr tres
kilómetros todos los días no puedo pretender correr una maratón. Muy
probablemente abandonaría en el kilómetro cinco, maldiciendo la excesiva dureza
de esta prueba. Cuando me propuse leer el Ulises de James Joyce me lo plantee
de ese modo. Sabía que tenía que informarme antes de qué me iba a encontrar en
sus páginas. Leí algunos artículos y tuve la suerte de leer una edición con
guía de lectura. Además, antes había leído Dublineses y me había
impactado la forma de escribir del irlandés universal. Una vez hecho eso Ulises
me descubrió un libro divertido, lleno de sentido del humor, repleto de
técnicas (monólogo interior, flujo de conciencia, técnicas teatrales, objetos
que hablan,...) que me había encontrado en otros libros posteriores y que, en mi
ignorancia, había atribuido a sus autores.
2.- ¿Para
qué me sirve leer un libro como Ulises de Joyce o como El ruido y la
furia de William Faulkner o como Ágata ojo de gato de Caballero
Bonald? ¿Merece la pena esforzarse en leer? Vamos a ver. Siempre he pensado que
lo primero que tiene que tener un libro es esa capacidad de atraer al lector
que llamamos “entretener”. Estos tres libros a mi me han entretenido. Lo que
ocurre (al menos a mi me ha ocurrido) es que a veces confundimos “el libro me
está aburriendo” con “en realidad es que no entiendo nada, me pierdo, no sé a
cuento de qué el autor escribe de esa manera”. Cuando comencé a leer El
ruido y la furia no me sorprendió que la primera parte tuviera “errores” en
el uso de ciertos verbos y repeticiones insistentes. Sabía que esa primera
parte está narrada desde el punto de vista de una persona con serios problemas
mentales. Así, disfruté con la enorme inventiva de Faulkner y supe, como si de
una epifanía se tratara, que en realidad el gran acierto de Faulkner era que
supo dotar a esa dura historia sureña de un estilo, de un envoltorio, tan
brillante que convertía lo normal (una historia del sur como tantas otras) en
magistral (una historia del sur que es un rompecabezas que poco a poco hay que
ir encajando).
4.- ¿El estilo o la historia?
Pues mira, las dos cosas. Al final la historia que te están contando te llega a
través de un determinado estilo. Me da mucha rabia (muchísima) que la gente
crea que el Ulises de Joyce sólo es estilo. Mentira. La historia que nos
cuenta Joyce es magistral. Encerrar en un día toda una ciudad, toda una forma
de entender la vida. 24 horas de tabernas, chismorreos, noticias de periódicos,
visitas al cementerio, borracheras, amor, lealtad, deslealtad, miedos,
ilusiones... Creo que debemos derribar el mito de que ciertos libros son
importantes porque a un puñado de críticos se les ocurrió un día decir que eran
importantes. Por ahí no van los tiros...
5.- Tan malo es que el estilo
“mate” a la historia como que la historia carezca de “estilo”. Estoy harto de
leer libros que se parecen a otros libros que se parecen a otros libros que se
parecen a otros libros. Supuestos autores mediáticos incapaces de crear una
sola línea que de verdad merezca la pena. La ausencia de riesgo o el escribir
pensando qué es lo que ahora la gente quiere leer. Uf, craso error...
James Joyce, William Faulkner, Thomas Pynchon, Borges, Cortazar, Philip Roth, José Donoso, Juan Benet, Caballero Bonald, Roberto Bolaño: saltos al vacío o caídas ascendentes. Que el miedo al vértigo no nos deje ciegos, como en la historia de Saramago. Al fin y al cabo, los lectores sufrimos una maldición al estilo de Sísifo: nada más cerrar un libro nos vemos obligados a abrir otro.