Leyendo Madame Bovary me encuentro con el
siguiente diálogo (capítulo 2 de la Segunda Parte) entre el boticario, Carlos,
Emma y León:
“-… Y si a la señora le gusta la
jardinería, podrá…
- Mi mujer no se ocupa de eso – dijo
Carlos-, prefiere aunque tiene recomendado el ejercicio, quedarse en casa
leyendo.
- Como yo – dijo León-, ¿y qué mejor
ocupación que permanecer al lado del fuego con un buen libro, mientras que el
viento suena en la calle y azota los cristales del balcón?
- ¿No es verdad que sí?- exclamó
ella fijando en él sus grandes ojos negros muy abiertos.
- No se piensa en nada, las horas
pasan; paséase uno sin moverse por los países que cree ver, enlazándose el
pensamiento con la ficción se goza de los detalles, se sigue el hilo de las
aventuras, mezclase con los personajes, en una palabra, parece que uno palpita
bajo sus vestidos.”
Evidentemente se trata de uno de los
temas clave de la maravillosa novela de Flaubert. Sin embargo, no quiero hablar
ahora de eso (ya lo haré más adelante, o no). El caso es que este diálogo en el
que se habla de lo que es la esencia del Bovarismo
me ha hecho recordar el punto 6 de los Derechos
Imprescriptibles del lector que Daniel Pennac coloca al final de su ensayo Como una novela:
“ 6
El derecho al bovarismo
(enfermedad de transmisión textual)
Eso es,
grosso modo, el bovarismo, la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras
sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se
acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el
cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco. (…)
(…) De ahí
la necesidad de acordarnos de nuestras primeras emociones de lectores, y de
levantar un altarcito a nuestras antiguas lecturas.(…)”
(Del texto de Daniel Pennac, Como una novela, Editorial Anagrama, Colección Argumentos)http://itacadeshabitada.blogspot.com.es/2010/10/ediciones-forum-sa.html
De acuerdo con esta maravillosa reflexión. Para mí, Madame Bovary, sigue siendo uno de mis referentes. También me alegré cuando vía a mi hijo leyéndolo. Yo no se lo recomendé, pensé que por su edad, no le gustaría (tenía veintisiete años)pero le encantó. Así es que ya somos tres generaciones. Un buen texto, Marco. Siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarHola Amparo. Voy justo por la mitad de Madame Bovary y me está gustando mucho. Ana, mi mujer, lleva años insistiendo para que la leyera y he llegado a pensar que me regaló el Curso de Literatura Europea de Nabokov porque venía incluida en las lecturas recomendadas y analizadas. Lo que más me sorprende de la novela de Flaubert es lo terriblemente moderna que es en su estilo. Sin embargo no puedo ocultar que el personaje de Emma Bovary me resulta, por momentos, ciertamente antipático, aunque entiendo su lucha y su revolución quizá no comparta sus métodos. Imagino que es el precio a pagar por ser un lector del siglo XXI. También entiendo lo valiente que fue Flaubert al escribir esta maravillosa novela (de hecho tuvo serios problemas para verla publicada...) . Creo que no hay edad para acercarse a las grandes obras de la literatura universal. Tu hijo, sin conocerlo, me cae cada vez mejor :) Un fuerte abrazo, Amparo, y muchas gracias por comentar.
ResponderEliminar