jueves, 8 de marzo de 2012

LINCOLN

              “- Son leales a usted.- Seward alzó nuevamente su copa-. Son leales al ejército, a la Unión, a ellos mismos, a lo que han hecho durante estos cuatro años, a sus muertos.
- Beberé en su honor- Dijo Lincoln (…)-. Estoy orgulloso de que hayan votado por mí. Orgulloso y sorprendido, con tantos muertos como ha habido.- Su voz se quebró.
- También ellos lo habrían votado- dijo Seward.
- ¿Los muertos?- Lincoln parecía asombrado. Luego movió la cabeza-. No gobernador. Los muertos jamás votarán por mí, ni en este ni en ningún otro mundo.”
                                                                        (Lincoln, de Gore Vidal)


El pasado día 5 de Febrero iniciaba la lectura, con miedo y con ilusión, de Lincoln. Era la novela de Gore Vidal uno de esos libros que siempre me apetecía leer pero nunca encontraba el momento (sinónimo de “valor”) para hacerlo. Llegó la Navidad y con ella los regalos “duros” (Regalos duros: libros, discos, películas. Regalos blandos: ropa ...). Uno de esos regalos duros fue Lincoln. Dejé pasar un mes y decidí ocuparme de David Vann, de Cormac Mccarthy y de Charles Dickens. El viejo Abe me miraba retador desde la estantería. “Te faltan arrestos, muchacho”, parecía decirme en un inglés que curiosamente entendía a la perfección. Febrero me pilló con la moral por las nubes y enganché al Tycoon por las solapas. Un mes más tarde leo la última frase y cierro el libro con la certeza de que dentro de unos años volveré a abrirlo.

Es muy de agradecer que Gore Vidal plantee su novela a base de diálogos, dejando las descripciones a un lado (aunque también las hay, y algunas con muchísima fuerza, como el discurso de Lincoln en lo que fue el campo de batalla de Gettysburg). Es de agradecer porque tratándose de un libro de mil páginas un cargar las tintas con descripciones hubiese ralentizado el ritmo de lectura considerablemente. Además, los diálogos de Vidal tienen una fuerza extraordinaria y no carecen de cierto sentido del humor y, en ocasiones, de una inteligente y fina ironía. Diálogos que, a medida que avanza la lectura, van describiendo a un personaje poliédrico, en ocasiones hermético y en ocasiones cercano como un amigo con el que se toma café. Sabemos de Lincoln no sólo a través de lo que él dice, que es mucho y muy interesante, sino, sobre todo, a través de lo que otros, aquellos con los que trabajó, aquellos que conspiraron contra él, aquellos que lucharon con y contra él, hablan a sus espaldas. Pero hablar de Lincoln es hablar, por encima de todo, de la Guerra Civil. Ya desde el arranque de la novela, magistral ejercicio de suspense que consigue atraparte desde el inicio, con la llegada de Lincoln disfrazado a la estación de Washington para tomar posesión de su cargo, queda claro que el tema central de la novela es un personaje (Lincoln) enfrentado a una realidad que, en ocasiones, le supera (la Guerra). Ahí, y no en otro lado, es donde radica la universalidad de esta novela, su permiso para formar parte de un canon literario cada vez menos exigente.

El libro está dividido en tres partes:
1.-  Consta de veinte capítulos y aproximadamente 350 páginas. Abarca desde la llegada de Lincoln a Washington para tomar posesión de su cargo el 23 de febrero de 1861 hasta el final de ese mismo año, con el estallido definitivo de la contienda bélica entre los estados unionistas y los estados confederados.
2.- Doce capítulos en aproximadamente 360 páginas. Arranca con la Navidad de 1861 y concluye con la batalla de Gettysburg durante el verano de 1863. Es, posiblemente, la mejor de las tres partes.

3.- Doce capítulos y un epílogo en aproximadamente 300 páginas. Últimos combates de la guerra, reelección como presidente de Lincoln y, finalmente, su asesinato en el teatro.

 En la parte final del capítulo 10 de la segunda parte, Gore Vidal nos regala un momento mágico: el encuentro entre Walt Whitman y Mr. Chase (Secretario del Tesoro), donde el primero le pide trabajo. Fue un encuentro real que Vidal recrea de manera brillante. Finalmente Chase no hace caso de Whitman y sólo se queda su carta de recomendación porque viene firmada por Ralph Waldo Emerson y es una manera de tener su autógrafo. He de reconocer que no pude evitar, nada más terminar de leer este gran libro de Gore Vidal, volver a leer, una vez más, la hermosa elegía que Whitman le dedicó a Lincoln. La última  vez que  florecieron las lilas en el huerto es uno de esos poemas que me han acompañado en muchos momentos de mi vida, como ciertos versos de Cernuda, de Miguel Hernández, de Antonio Machado, de León Felipe, de Rudyard Kipling. Walt Whitman trabajó finalmente como enfermero durante la contienda bélica. Fue anotando en una especie de diario todo aquello que observaba. Hace unos meses por fin se tradujo a nuestro idioma dicho diario. Hoy ese libro me espera en la estantería o, lo que es más probable, yo lo espero a él.

“La última vez que florecieron las lilas en el huerto,
y la gran estrella pronta descendía por el oeste al anochecer,
lloré, y lloraré aún más con la primavera que siempre
vuelve.”
               (De "Recuerdos del Presidente Lincoln", de Walt Whitman)



















3 comentarios:

  1. Buena reseña, Marco, me vas a hacer que lo lea y eso que no tenía ganas. Jo...

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  2. Un placer tus publicaciones por aquí, como siempre un placer leerte, no dudo que el libro debe ser magnífico pero si a ti te miraba diciendo "no tienes arrestos muchacho", no quiero pensar lo que me diría a mí. Un abrazo.

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  3. Da gusto leerte, porque hasta entran ganas de adentrarse en la historia americana. De Gore Vidal solo conozco lo que sabe todo el mundo, y lo que me contaban una pareja de amigos de su quinta, también americanos de esa generación maldita. Ahora ya fallecidos todos. Nunca he leído ninguna obra suya en plan serio.

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