Con el mismo ansia con la que un hambriento devoraría un buen solomillo, mis retinas no eran capaces de asimilar tanta belleza, tanta capacidad para viajar, a través de palabras, por un mundo donde las reglas se subvertían; un mundo donde yo, ese chico que pasaba desapercibido entre las chicas de clase y al que mis compañeros dejaban el último para elegir en los partidos de fútbol del recreo, era el único dueño de un destino escrito a golpe de genio. Las noches comenzaron entonces a hacerse más cortas. Supe descubrir la magia del flexo proyectando su luz sobre el papel, ese dulce sonido, en el silencio de la noche, de las hojas pasando entre mis dedos, el corazón acelerándose al acercarse el final de la aventura, el desenlace de la historia. Dicen que leer es un ejercicio de profunda y feliz soledad. La verdad es que nunca me siento más acompañado que cuando comienzo a leer un libro.
Harold Bloom escribió una vez que los actuales lectores de Harry Potter serán los futuros lectores de Stephen King. No tengo nada en contra ni del personaje de la señora Rowling ni del supuesto maestro del terror, pero pasando los dedos por los lomos de los libros de la editorial Forum S.A. que aún conservo doy gracias por aquel día, hace ya muchos años, en el que mi madre me regaló Escuela de Robinsones.
MARCO A. TORRES
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